Un solo Dios, pero no solitario

En el número 260 del Catecismo se nos dice: “El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la bienaventurada Trinidad. Pero, mientras tanto, estamos llamados a ser inhabitados por la Santísima Trinidad: Si alguien me ama, dice el Señor, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y en él haremos estancia (Jn 14 , 23).
“¡Oh Dios mío, Trinidad que adoro! Ayúdame a olvidarme de mí totalmente para establecerme en ti, inmóvil y tranquila, como si ya mi alma se encontrara en la eternidad. ¡Que nada pueda turbar mi paz ni sacarme de ti, mi Inmutable! Sino que cada minuto se me lleve más adentro de su insondable misterio. Pacifique mi alma. Haga su cielo, su estancia amada y el lugar de su reposo. Que nunca os deje solo, sino que yo esté allí del todo, velando en mi fe, en actitud de adorar, totalmente entregada a su acción creadora” (Plegaria de la beata Isabel de la Trinidad).

Vuestro párroco.