Necesitamos profetas
Su presencia amarga al principio, después se convierte en dulce y agradable. No son autores, sino portadores de un mensaje. No inventan nada, sólo obedecen. Sus palabras encienden fuego, pues vienen cargadas de la elocuencia del Espíritu. Su mirada penetrante parece desnudar el alma: no hay máscaras ni escondrijos posibles. Enemigos de la multitarea tienen sólo un anhelo, un pensamiento, un ideal que enciende su celo y abarca toda su vida: la gloria de Dios. Como una lámpara que se enciende y revela con claridad todo lo que hay alrededor, así su presencia denuncia y bendice a cada uno según sus obras. Pasarán hambre y sed: da igual. Serán perseguidos por causa de la justicia, su vida no será cómoda… ¿Y qué? El profeta late a una con el Señor, su tesoro. Pendiente sólo de sus palabras y voluntad. Un solo corazón, una sola alma, una cruz y una corona. ¿El arado está preparado, quién lo cogerá? El evangelio ha sido proclamado, quién lo vivirá? Por el bautismo eres llamado. Has sido escogido y marcado. Eres invitado a revestirte con ese manto. Sé sal y luz. Te necesitamos.
Vuestro párroco