Somos católicos. Ha llegado la Santa Cuaresma. Es un tiempo único de gracia y purificación. Nada de medias tintas. Entramos con gran ánimo y liberalidad (Ejercicios Espirituales, 5). Es un tiempo de desear que Cristo lo sea todo en nuestra vida. Es, por tanto, un tiempo de abnegación. La abnegación esencialmente no es llevarnos siempre la contraria, sino ser dócil por seguir siempre al Señor. Hacer que nuestro camino, nuestra vida, nuestras alegrías y nuestras penas sean las suyas. Si alguien quiere venir conmigo, que se niegue a sí mismo. Es dejar que Dios sea Dios. Que sea Él la medida de todas nuestras acciones y no nuestras limitadas miras. Que sea su poder, su libertad. Que sea Él quien conduzca nuestra vida y no el ruido del “mundo”, la “carne” o Satanás. Es necesario pues purificarse de todos aquellos condicionamientos que no vienen de Dios y que impiden la docilidad interior. Es necesario hacer silencio, ayuno, limosna y oración. Así ya no juzgaremos cosas según la “carne”, sino según el Espíritu Santo. Entramos gozosos en el desierto con Cristo, allí nos espera la tentación pero también la victoria.
Vuestro párroco