¡Hosanna! Bendito el que viene
en nombre del Señor!

¡Hosanna! Con ese grito fuerte de los israelitas, los muros de Jericó se derrumbaron, en el séptimo día de su asedio. ¡Hosanna! Repetían monótonamente los sacerdotes, en el séptimo día de la Fiesta de los Tabernáculos, dando siete vueltas en torno al altar del incienso, para implorar el don de la lluvia. ¡Hosanna! Originalmente, esta expresión dirigida al Señor significa “ayúdanos”, “sálvanos”. Pronto se convirtió en una exclamación de alabanza: alabanza porque el Señor cumple su parte, por tantos beneficios, por tantas hazañas memorables. Alabanza por los dones que se esperan de su mano bondadosa. En este domingo con ramos en las manos, ¡nosotros clamaremos hosanna! Lo haremos también en el Sanctus de cada misa antes de la transustanciación. Nuestro Rey se acerca manos y humilde. Esperando su presencia, sus inefables dones, con ardiente deseo clamamos juntos: ¡Hosanna!
Vuestro párroco.