No tengo plata ni oro,
pero te doy lo que tengo…
… En el nombre de Jesucristo, el Nazareno, ¡anda! (Hechos 3, 6)”. Después de estas palabras, de la Primera Lectura de la misa de víspera de la Solemnidad de San Pedro, un inválido de nacimiento empezó a andar. Uno que vivía sin esperanza, postrado en la puerta Bonita del Templo, sin capacidad de trabajar, de sostenerse, sin futuro ni alegría, recibió una nueva vida, una luz nueva resplandeció en él. Sus miembros se fortalecieron y su corazón descubrió la meta de su existencia, su Señor, el Camino, la Verdad y la Vida. Nosotros como aquel inválido, también lo hemos recibido todo de la Iglesia, todo del Señor: la regeneración bautismal, la incorporación en el Cuerpo Místico de Cristo, la predicación de la Palabra divina, el testimonio de los santos, la gracia de los sacramentos que nos une la Cepa verdadera y que nos sostiene hasta la Pascua eterna. Los miedos van cayendo, las murallas inexpugnables se van derrumbando. La nueva ciudad se va edificando y la semilla por sí misma va creciendo.
Vuestro párroco